Hace poco leí una frase, de la cual desconozco el autor, pero que me tocó lo más profundo de mi corazón: ¡Tan grande es el amor de una madre, que hasta el mismo Dios quiso tener una! Y es que efectivamente así es. Creo que lo que más se acerca al amor de Dios en el plano terreno es el amor de mamá.
Ser mamá es decidirse a darlo todo sin esperar nada a cambio.
Es donarse por entero para que el milagro de la vida se geste.
Es entregarse en cuerpo y alma por y para sus hijos.
Es llorar cuando ellos lloran, reír cuando ellos ríen. Es sentir sus triunfos, sufrir sus derrotas, es estar ahí, siempre atenta, siempre presente, aún sabiendo que algún día dejará de ser necesaria (por lo menos en teoría).
Por esto es que hoy quiero invitarte a hacer un alto en tu camino y agradecerle al cielo por ese regalo llamado mamá.
Con seguridad ella no es perfecta; seguramente cometió errores y tuvo cientos de equivocaciones. Tal vez solo pudo darte de lo mucho o de lo poco que ella misma recibió, pero con todo y sus claros y oscuros, sigue siendo un regalo llamado mamá.
Si aún la tienes viva, no dejes pasar este día sin hacerle saber cuánto le agradeces todo su amor y entrega. Si ya la has visto partir al cielo, hazle llegar hasta allí toda tu gratitud. Pero siempre siempre, agradece por ese regalo llamado mamá.
Elízabeth Guerra Gómez.
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