Sanando heridas

Sanando heridas

“Despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan despreciado, que lo tuvimos por nada.  Pero él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias, y nosotros lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado.   Él fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados”.  Isaías 53, 3-5


En un mundo cada vez más violento, constantemente estamos expuestos a las ofensas y agresiones.
Éstas van y vienen. Hay mucha gente que hace de la burla su “modus vivendi”, y todo esto porque supuestamente les divierte y entretiene. Hay quien se goza con el dolor ajeno y disfruta del sufrimiento de los demás.


En muchos círculos juveniles se respiran ambientes difíciles y ásperos, rigiéndose bajo el principio de que “quien pega primero, pega dos veces”; es decir, antes que me lastimen, lo hago yo, para no sufrir ni ser humillado.


En diferentes sectores de las ciudades se percibe hostilidad y peligro. Hay lugares donde difícilmente se puede transitar por lo riesgoso que es el barrio o la colonia. No es extraño escuchar en las noticias sobre asaltos y balazos. En todos los noticieros, y en casi todas las emisiones de éstos, aparece alguna noticia con referencia a este tipo de atracos. El instinto animal se manifiesta con frecuencia en hombres y mujeres sin escrúpulo; la soberbia y el deseo desenfrenado por el poder y el dinero están haciendo estragos en los corazones de muchos, provocando en tantas personas inocentes, heridas difíciles de sanar.


Es verdad, hay heridas que difícilmente sanan porque son muy profundas y, muchas veces al quedar expuestas, el dolor es más intenso y permanente.


Una de las heridas que lastiman con mayor intensidad es la provocada por aquellos que están cerca de nosotros; las que son hechas por amigos, hermanos, compañeros de trabajo, etc. El dolor es más punzante cuando aparece la traición de un ser querido, o cuando se traicionó la confianza de alguien muy allegado.  Son tristes estas situaciones como la de aquel que con un beso traicionó a su Maestro.


Las agresiones verbales y físicas afectan profundamente. Es del sentir general que las primeras, las verbales, son más punzantes que las segundas. Una palabra puede lastimar más que un golpe, porque la palabra revela las verdaderas que tiene una persona para con otra. Además, las agresiones verbales producen heridas más allá de la piel; estas heridas pueden llegar hasta lo más profundo del corazón. Son, quizá, las más dañinas y peligrosas.


La buena noticia es que toda herida puede sanar, aunque mucho dependerá del camino que se tome. Pero, ¿cómo sanar las heridas del corazón? Ésta es la gran pregunta no tan fácil de contestar, ya que mucho depende de ¿qué la causó?, ¿qué tanto me dejé afectar por ella? y ¿qué profundidad tiene?.


Ordinariamente, las heridas del corazón están relacionadas con sentimientos, afectos, desilusiones, frustraciones, etc. Cuando estamos heridos, partimos de éstas y otras preguntas: ¿cómo superar la muerte de un ser querido?, ¿el rompimiento de un noviazgo prometedor?, ¿cómo perdonar la hipocresía de un amigo que me hizo creer una cosa cuando, en realidad, siempre fue otra?, ¿cómo recuperarme de una situación tan dolorosa por un pecado grave que cometí en el pasado próximo o lejano? En cada una de estas preguntas tenemos que partir del adagio tan conocido que reza así: “no es lo que te sucede, sino lo que haces con lo que te sucede” lo que te ayuda a salir adelante o te perjudica.


La herida ya está ahí, pero qué hacer con ella dependerá de nosotros. Un error en el que cae la gente, con frecuencia, es la actitud masoquista; aquí se busca sufrir por sufrir, haciendo del sufrimiento una parte importante de nuestra vida. Otra situación lamentable es cuando se buscan respuestas en personas que leen cartas o cosas por el estilo, donde por desesperación e ignorancia, se invierte mucho dinero y la situación sigue igual o peor.


Toda herida del corazón sólo puede ser sanada por Dios. Al primero que debemos acudir es a Él, porque “Dios es más íntimo que nuestra propia intimidad”, Él nos conoce infinitamente mejor de lo que nosotros nos conocemos y sólo en Él encontraremos el descanso necesario. El mismo Jesús nos dice en el Evangelio: Vengan a mí todos los que están cansados y fatigados, y yo les haré descansar. Lleven mi yugo sobre ustedes, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallarán descanso, Porque mi yugo es suave y mi carga ligera”. Mateo 11, 28-29


Las heridas del corazón debemos tratarlas con mucho cuidado y debemos darle toda la importancia que requiere, porque de esto dependerá llevar una vida de amargura o de felicidad. Hay que ser más reflexivos para saber encontrar en nuestro interior la situación de nuestra alma. No debemos asustarnos por lo que encontremos; hay que tratarnos con mucho respeto y dejar que Jesús, el Buen Pastor, unja nuestras heridas con el aceite de su amor y de su gracia; vende nuestras heridas con el lino de su ternura y nos conduzca a los verdes prados de la alegría que no se acaba y a las aguas tranquilas de la paz interior.


También, cada uno de nosotros estamos llamados a sanar, a extender el ministerio sanador de Jesús. Llenos de Dios, de su vida y de su gracia, tenemos el compromiso de ir a consolar a los de corazón afligido, a toda persona que se siente sola y marginada, a todo niño que llora buscando consuelo y alivio, a todo hermano que fue asaltado en el camino, para que experimente a través de nosotros, la presencia de Jesús, el Buen Samaritano. Es nuestro deber como cristianos hacer vida aquella bienaventuranza que reza así:


“Felices los afligidos, porque serán consolados”. Mt. 5, 5

 

 

P. Roberto Figueroa

 

 

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1 comentario

Hermosa reflexión.. me llego al corazón y me iso habría lo ojos a situaciones k están en este momento en mi vida gracias gracias

Nora

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