“¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?”, decía el poeta. Que el amor de Dios existe, nadie lo puede negar, que es un amor extraordinario, tampoco. Pero, cuando uno se pregunta por qué, como lo hace el poeta, no hay respuesta. Lo que interesa no es tanto saber por qué sino saber que es un amor verdadero, infinito, personal. Si algún día Dios quiere revelar el misterio, Él sabrá, pero, si no lo quiere decir, a mí al menos no me importa, me basta estar seguro de esto y aferrarme a ello: Dios existe y me ama.
Amor con amor se paga. Así como es cierto que Dios te ama, también lo es que te pide una respuesta de amor y, nuevamente no preguntes por qué. Ya San Agustin se hacía esta pregunta: “¿Quién soy yo, Señor, para que me pidas y me exijas que te ame con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi mente y con todas mis fuerzas , y que te disgustas muchísimo si no lo hago?”. Ama todo lo que puedas y como mejor sepas, y habrás cumplido.
Dios te ama. Es esto tan maravilloso, tan conmovedor, porque es el AMOR con mayúsculas y no es cualquier persona. “La Eternidad nos ama, la Inmensidad nos ama” decía San Bernardo. Pero lo más maravilloso es que te pida el amor, que te lo exija, y no un amor cualquiera, sino con todo el corazón, con toda la mente, con toda el alma, con todas las fuerzas. Cree en ese amor y correspóndele, y no preguntes por qué, sobre todo, no quieras que los últimos versos del soneto se cumplan en ti, aquello de: “Mañana le abriremos -respondía- para lo mismo responder mañana”.
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