Pentecostés

Pentecostés

Pentecostés 
Ing. Benjamín Sepúlveda

La obra santificadora del Espíritu Santo es su obra maestra porque es el complemento de la obra que Él realiza en Jesucristo.

   Pero en esta misma obra de santificación del Espíritu Santo quiero considerar en este mensaje la parte más fina, la más perfecta, aquella que el Espíritu Santo realiza de una manera íntegra, y pudiéramos decir personal: los dones del Espíritu Santo. Hablar de ellos es tratar la parte más fina y exquisita de la obra del Espíritu Santo en nuestra santificación.

   Para que se comprenda mejor este propósito, debo decir que el Espíritu Santo realiza en nosotros de dos maneras la obra de nuestras santificación: una, ayudándonos, impulsándonos, dirigiéndonos; pero de tal manera nos impulsa y nos dirige, que nosotros tenemos la dirección de nuestra propia obra. 

¿No es nuestra gloria nosotros mismos dirigir nuestros propios destinos ?  Nos ha dado Dios ese don glorioso de nuestra libertad, por la cual nosotros mismos somos los artífices de nuestra dicha o forjadores de nuestra desgracia.

Pero hay otra forma de dirigir del Espíritu Santo, hay otra obra que realiza en nosotros, cuando Él personalmente toma la dirección de nuestros actos, cuando ya no solamente nos ilumina con su luz, nos calienta con su fuego y nos marca con sus enseñanzas el camino que debemos seguir, sino que Él mismo se digna mover nuestras facultades e impulsarlas para que realicemos su obra divina.

Una comparación nos ayudará a comprender estas dos maneras de influir que tiene el Espíritu Santo en nuestra obra santificadora.

Imaginemos un gran artista, un pintor genial que va a realizar su obra maestra, para ello utiliza a sus discípulos más aventajados; Él mismo dispone la manera como han de preparar la tela, como han de combinar los colores y aún les permite que hagan la parte menos importante o menos perfecta de su obra, pero cuando llega lo más fino de ella, lo más exquisito, allí donde va a resbelarse su genio, donde va a cristalizarse la inspiración que lleva en el alma, entonces no son los discípulos los que toman el pincel, el mismo maestro, genial, traza los rasgos finísimos de su obra maravillosa . 

Así, el Espíritu Santo va a realizar en nuestras almas una obra divina. Esta obra es la imagen de Jesús la que va a trazar en nuestros corazones, una imagen viviente, la que necesitamos llevar para penetrar en las moradas eternas. 

El Espíritu Santo dirige esta obra genial, pero Él quiere que nosotros le ayudemos en ella; como discípulos suyos nos permite que tracemos algunos rasgos de esa imagen divina, bajo su dirección, ciertamente, según las normas que nos señala. Pero hay un momento en que el Espíritu Santo ya no quiere que nosotros por nuestra propia cuenta dirijamos la obra, Él entra de una manera personal e inmediata a dirigir, y con instrumentos finísimos, poner los rasgos geniales, los rasgos fidelísimos de esa imagen divina. Esos  instrumentos finísimos que el Espíritu Santo utiliza para realizar su obra personal y exquisita, son los dones del Espíritu Santo: 

El don del temor de Dios, el don de la fortaleza, el don de la piedad, los dones intelectuales en general, el don de consejo, el don de  ciencia, el don del entendimiento y el don de la sabiduría. 

 

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