La Semana Santa

Nos encontramos a las puertas de la Semana Santa, el tiempo en el que se fusionan dos realidades: el amor y el dolor.


Por lo general, nosotros huimos del dolor; lo consideramos un enemigo de la vida, un enemigo de nuestra felicidad; no lo queremos sentir y nos aterroriza el percibir que se acerca y merodea en cada una de nuestras jornadas. 


La Semana Santa, podríamos decir que es la Obra maestra del dolor transformado en amor. Nos podemos preguntar ¿por qué nuestro Señor ha querido invitarnos a recorrer un camino de dolor si supuestamente lo que más anhelamos nosotros es la felicidad.


Jesucristo puso como condición para su seguimiento el que tomáramos la cruz y le siguiéramos. No lo dijo para hacernos la vida difícil, ni para fastidiarnos, sino todo lo contrario, nuestro Señor estaba buscando hacernos sumamente felices.


La semana santa nos enseña a descubrir la felicidad en medio del dolor. Jesucristo hablando con sus Apóstoles les dio el ejemplo del servicio cuando, en la última cena, se puso a lavarles los pies. De esta manera quiso abrirles los ojos a la realidad más maravillosa que se puede experimentar en la vida: la alegría del dolor en el servicio, la alegría del dolor en el amor y del amor en el dolor.


Nuestra felicidad, por tanto, está en el servir y muchas veces el servir es un ejercicio de dolor y de amor. Lo veremos claramente en el viernes Santo cuando todo él está cuajado de dolores. Así lo describe el profeta Isaías cuando habla del Siervo de Yahvé: como varón de dolores, familiarizado con el sufrimiento, cómo uno ante el cual se oculta el rostro menospreciado sin que le tengamos en cuenta. 

Todo esto nos lleva a reflexionar en que el rescate se paga con dolor; pero que el dolor es el camino del amor y el amor es la autopista de La felicidad.


Tenemos que aprender a valorar el dolor en nuestra existencia. Todos tenemos experiencia del dolor: dolores físicos unos o dolores morales o  espirituales,  por la pérdida de un ser querido o simple y llanamente ese dolor que el pecado acarrea y que nos lleva después al arrepentimiento. 


Por eso Jesucristo quiso darle al dolor su verdadera dimensión, la dimensión redentora, la dimensión de salvación. Nos ofrece el dolor como una oportunidad para crecer en el amor. 


Aceptemos el dolor en nuestra vida como una posibilidad para crecer en santidad y en la entrega a Aquel que “me amó y se entregó por mí”, como afirmaba San Pablo con rotundidad.


Les deseo a todos una muy feliz Pascua de Resurrección; más para ello, ya lo saben, es necesario abrazar el dolor, abrazar la cruz. 


En Cristo, P. Agustín De la Vega, LC

 

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6 comentarios

Padre Agustín, Que forma tan hermosa de enseñarnos a valorar el dolor y a prepararnos para esta cuaresma. Gracias!

Lilia Alcantar

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