“Yo considero que los sufrimientos del tiempo presente no pueden
compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros. En efecto,
toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios.
Ella quedó sujeta a la vanidad, no voluntariamente, sino por causa de
quien la sometió, pero conservando una esperanza. Porque también
la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar
de la gloriosa libertad de los hijos de Dios”.
Romanos 8, 18-21
Muchos de nosotros conocemos el refrán: “No hay mal que por bien no venga”. Con este dicho popular afirmamos que detrás de algo malo puede venir algo bueno. No todas las cosas malas que nos suceden terminan en eso, en un mal. El que en un principio las cosas no sucedan como lo esperamos no quiere decir que así termine, ya que el rumbo puede cambiar y el final puede ser muy distinto.
La virtud que nos ayuda a soportar los males que nos aquejan es la paciencia. Dicha virtud nos ayuda a sobrellevar esos momentos difíciles que nos golpean y nos hacen más complicada la vida. Con la paciencia somos capaces de obtener bienes que nunca hubiéramos imaginado, sobre todo cuando en el comienzo de algo que emprendimos las cosas no salían como las esperábamos.
A la virtud de la paciencia hay que agregar otra: la perseverancia, ya que en ocasiones no todo cambiará de la noche a la mañana y lo que quisiéramos para hoy quizá lo obtengamos a la mañana siguiente o dentro de un mes, o un año, o más. Tanto la paciencia como la perseverancia son muy importantes porque nos abren a la esperanza y la esperanza siempre nos ofrece algo positivo.
Si alguien nos da ejemplo de todo esto es Jesús, el Hijo de Dios. Él siempre estuvo con una visión optimista de la vida, aún y cuando el panorama no siempre pintó bien. Después de ser rechazado en Nazaret, simple y sencillamente se fue a otra ciudad para seguir predicando; cuando los discípulos lo abandonaron, Él contó las parábolas optimistas del Reino, tales como: la semilla de mostaza que crece tan grande que llega después a ser un arbusto donde los pájaros hacen sus nidos; como la parábola de las semillas que caen en tierra buena dando el treinta, sesenta y ciento por uno.
Lo que para muchos llegó a ser una simple utopía, Jesús lo llamó esperanza. Para Él nada era imposible, porque le era claro que “todo es posible para el que tiene fe“ y Jesús transpiraba la fe por todo su ser, manifestando una confianza total y absoluta en el Padre.
Llegado el momento crítico de su vida y convencido que “su hora” había llegado, Jesús no dudó en entregarse a la muerte, porque estaba plenamente seguro de la acción del Padre al levantarlo de entre los muertos. Su confianza y su esperanza se vieron colmadas aquel domingo maravilloso donde la vida triunfó sobre la muerte, el bien sobre el mal, el amor sobre el odio, la indulgencia sobre la venganza, la verdad sobre la mentira y la luz sobre la oscuridad.
Para muchos de nosotros la experiencia frecuente es la adversidad, ya que el viento sopla en nuestra contra y constantemente tenemos que remar contra corriente. Pero nuestra actitud no puede ser derrotista. Si al igual que Jesús, sabemos confiar y esperar con paciencia, seguramente ese no será el último día, porque el bien no puede ser sofocado por el mal; si nuestra intención es buena, nuestros deseos son auténticos y nuestras obras son honestas, no tenemos por qué temer, ya que el sol volverá a salir para nosotros y no habrá herida que no sane, dolor que no desaparezca y adversidad que no se supere.
Por eso, vale la pena lo que viene por lo que vendrá. Vale la pena esforzarse para obtener los bienes necesarios. No pensemos que vendrán rápido y fácilmente ya que lo bueno cuesta y en ocasiones cuesta mucho y muchas veces exigirá de nosotros trabajo doble, pero al final la satisfacción será grande, porque después de tantos esfuerzos, cuando se obtiene lo que se desea, el gozo resulta ser mayor. Bien dice el salmo: “Los que siembran con llantos, cosecharán entre cantares”.
No podemos ni debemos limitar nuestra visión a lo inmediato, ya que si todo fuera así o si siempre nos moviéramos por ese criterio, la vida sería muy frustrante, ya que los bienes más grandes, los de más alto valor, se esconden entre la maleza. Jesús, en el Evangelio, pone el ejemplo de la mujer cuando va a dar a luz y sufre los dolores de parto, pero una vez que tiene a su hijo entre sus brazos, su alegría no tiene comparación.
¿Por qué se dificulta encontrar la bonanza detrás de la tempestad? Por varias razones:
- a) Cuando lo relativo es más importante que lo esencial. Cuando pensamos que, lo que nos sucede, es lo único que pasa en este mundo y no hay nada más adelante. Cuando le damos un valor a las cosas que no tienen y toda nuestra vida gira en torno a esas cosas.
- b) Cuando eternizamos algo pasajero. Hacemos creer que lo que nos sucede nuuuunca se va a terminar, como si todas las cosas fueran eternas.
- c) Cuando absolutizamos lo que es parcial. Todos tenemos deseos y expectativas, pero tenemos que aprender que, si algo no era para nosotros, fue lo mejor que nos pudo pasar.
Es de suma importancia abrir nuestros ojos, pero sobre todo nuestro corazón para esperar a que suceda lo imposible, por eso dice la Escritura: “Esperar contra toda esperanza”, porque en el Señor siempre vendrá algo mejor.