El Misterio de Dios Humanado

“Un gran signo apareció en el cielo, una Mujer con la luna bajo sus pies…” No es una mujer, es una niña.

La Niña Inmaculada que da a luz a su Bebé. Una niña que da luz sola sin su mamá, un pesebre frío supliendo la cuna caliente. La niña, Madre de Dios, nunca cuidó a un hermanito. Una niña con el amor de Virgen Madre, un amor que abarca toda la humanidad. Madre de la Iglesia. Nueva Eva. Llena de Dios, El Señor está contigo. Quizá Belén fue el lugar dónde Dios creó a Adán, lugar mismo dónde lo durmió para darle a Eva.

El gozo de Belén empieza en el corazón del Niño antes que en el espíritu de Navidad. La paz que nos trae es eco del rumor del cielo, Se abaja para elevarnos delante del trono de la Trinidad. Déjalo dormir, le espera el largo camino del Calvario. Apacigua su llanto para que nos hable, porque es la Palabra de Dios. Protégelo del frío y espera el fuego del Espíritu Santo prometido. Adoralo con los pastores, porque como ellos has oído el anuncio de sus ángeles. Llena tu corazón de pureza, pues eres otro de los de buena voluntad.

Esa noche santa el frío pule el brillo de las estrellas. La noche helada refugia en el calor de los hogares personas y animales. Nadie sale, no quieren romper el fervor del silencio. La pobreza de Belén sin puertas ni ventanas, deja entrar la luz de la estrella navideña donde el silencio es oración de paz. Lo natural y humano se han apagado y duermen con el Niño divino y celestial. Noche cuajada de ángeles cantando paz. Todos sueñan el amor divino hecho Bebé. Sueño que la Virgen niña recoge y guarda en su corazón para despertarse cada momento contemplando la Verdad que engendró.

Dios no estaba distante, se había escondido detrás de la hora prometida. Por fin se abrió el paraíso y dejó salir al Hijo, nuevo Adán, que trae la llave de cruz para abrirnos, de regreso, la Casa de su Padre.

-P. Lorenzo Gómez L.C.